a una golondrina disfrazada de paloma
Remé de orilla a orilla, tácitamente,
algo de mi hermano bullía sigiloso en mis adentros.
Con la quilla abierta entre el ramaje de luces que nos aventaba el sol.
Con lo poco que tengo y lo pequeño que en veces me quita las ganas.
Fui partícula del viento que trae entre sus tesoros
la palabra primera antes del verbo.
Primero el desierto y sus ejércitos de espinas,
dura roca para llamar a la flama matutina.
En vez de luna bullicio de estrellas,
con las sombras leyendo sobre la palma de las oscuridades
lo que se develaba frente a mis ojos sangrando de sorpresa y bermellón.
Con mi buche de silencios tendía un puente hacia el estremecimiento del alma.
Sin nada que delatara mi indiferente procedencia, el atajo de diminutas ideas
que guardo en mi alforja de cuero café.
Respondía al llamado de la caracola.
Tanta insana porquería.
Tanto despojo y resquemor, las tres mejillas rotas.
Tanta tropelía e inocencias rotas;
Acechantes del caos: el precipicio del fin.
El detonante aguerrido, la sangre derramada,
el exterminio como refranero de cada mañana o anochecida
y allá iba…
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