Monday, November 17, 2008

La selva Lacandona. Foto Waldo Lopez

En territorio Zapatista

Salimos de Ocosingo a bordo de lo primero que encontramos. La tarde coqueteaba con unas nubes cuyo rumbo coincidía con el nuestro. El cacerio desparramado a lo largo del valle, sus antiguas tardes de verano, las leyendas de su guerra de castas. En una angosta avenida de piedra, donde nos dejó el autobús, encontramos a Alberto y no sé por que gracia del eterno viajero, descubrió enseguida nuestro rumbo. -¿Van a territorio zapatista?- Y como si nos conocieramos de hace ya lunas, empezamos a caminar al parejo; nuestros pasos sabian de antemano como seguir la ruta de las semillas del maíz. Había en el aire un aroma de romería. La claridad del día lanzaba serpentinas de luz que se quebraban con la sombra de nuestros pasos. Varias manos, como corales, se extendieron para ayudarnos a subir. Pasamos nuestro equipaje total, consistente en todo lo apretujado que logramos introducir a la mochila. Alguien acomodó nuestras chivas junto a la ventanilla de la cabina y nos instalamos como pudimos. El rompe hielos aprendido en algunas clases de autoestima resultaba inecesario. Había sonrisas y miradas de somos más de dos. Don Julián, aferrado a la estructura metálica que servía de asidero y segundo piso iba parado en la defensa, fue nuestro guía en nuestro lento ingreso a la selva lacandona, camino a Dolores Hidalgo. Alejandro, después habríamos de presentarnos más solemenente, estudiante de antropolgía en la universidad de Berckley, se instaló en la estructura metálica que servía de segundo piso creando algo de sombra para algunos de nostros. Mariana y Gaby estudiantes de la UABC nos hicieron sentirnos como en casa. Lucy estudiante de maestría en San Cristobal de las Casas fue la sonrisa durante el trayecto y permanencia de nuestro viaje.

Sigo aquí,,,Mirada Tzeltal. Foto Waldo Lopez

Alberto, va de nuez, periodista y maestro en la UNAM, nuestro amigo de farra sin farra y apoyo incondicional. Ah!: La teatrera que resultó conocer a varios artistas de nuestra frontera norte. Ahí ibamos todos estos más los locales que se sangoloteban con una experiencia ganada en la batalla. Uno a uno se iban bajando en algún pequeño caserío, otros subían y nos acompañaban por algunos kilometros, en tanto palmo a palmo se abría ante nostros la majestuosidad de la selva, con su ábanico de contrastes de luz, con su espectacular presdijitación de verdes y el rumor milenario de su estirpe. Algunos Zeltales nos saludaban a nuestro paso. Los carteles y leyendas daban exacta cuenta de donde nos encontrabamos. “Municipio autónomo en rebeldía”, “Aquí el gobierno manda obedeciendo”, “aquí el pueblo decide y el gobierno ejecuta”, las escuelas autónomas relucientes con sus murales multicolores zapatistas, sus hospitales o algún galerón adaptado como clínica o dispensario médico con alguna pintura del Che, Zapata, Marcos o Juárez dándole diferentes matices a la escala cromática al reino del verde. Julián, parecía ir bautizando infinitamente con su palabra los distintos caseríos o comunidades. Con pocas palabras orgulloso daba una simple explicación y se quedaba en silencio con una sonrisa cincelada en su rostro de barro.

La magia se viste de verde. Foto Waldo Lopez

El caminón acostumbrado a estos menesteres sabía de antemano las argucias para lo abrupto del camino. Resoplaba para no sucumbir. En su constante bamboleo nuevos y espectaculares monumentos a la gracia de nuestra madre se sucedían. Los horizontes palpitaban en la distancia, destiladan gota a gota su frescura. El aroma de tierra mojada se mezclaba con la tundra y el musgo, la ceiba y los ríos. Entre los árboles las aves, los monos y el crepitar de la hojarasca creaban el concierto del día, transformándose en la sustancia misma de la vida, en la evidencia más notable del existir: saberse parte indisoluble del verde y el azul. Pasadas las horas el punto de arribo. Algunos indigenas Zeltales nos reciben, nos cuentan, anotan algo en sus papeles y nos señalan el sitio donde nos tendremos que registrar. Caminamos en lo que parece ser un campo de fútbol, afelpado con la humedad de la lluvia diaria. Damos nuestros nombres.- ¿A quién representan?- Más o menos a nostros mismos y algunos datos para la gente de la revista Rebeldía. Nos reagrupan y nos dirijen a nuestras habitaciones, relucientes de otredad con sus clavos para las hamacas y nada mas.

Ahí nos instalamos. Felipe y yo intercambiamos miardas de sobresalto. Se nos olvidó la casa de campaña, los sleeping bags, la lámpara, los utensilios de cocinar, la brújula, el compás, en fin todo. Es aquí donde surje la palabra de Alberto- Vénganse para acá - y todo resuelto. Bajo su casa de campaña, felipe Alberto y yo nos encargamos de elaborar la más bella sinfonía de ronquidos en medio de la selva Lacandona.

La noche danzaba a nuestro alrededor con su coreografía de relámpagos iluminando los cuatro horizontes que simulaban ser más de diez. Los cocuyos respondían con sus intermites destellos mientras observábamos como los elegidos no paraban de llegar. El bailongo se preparaba y la noche vestía de gala. Era noche de jolgorio, atrapaba con su pecho a tanto pendenciero del destino, a tanto truhán de amores y desterrados sin agonía. Ahí estabamos enmedio de un ramo de orquídeas negras olisqueando el murmullo de las sombras, un cacho de historia se apretujó a nostros, el oráculo sonrió discretamente satisfecho. La marimba simplemente empezó a llorar.

Buscando mis pasos. Foto Waldo Lopez

PARALELOS Y TRACENDENCIAS CON EL ZOPILOTL

Retornan los guerreros
al grito de la tierra.
De nuevo la leyenda se hace realidad.
Los muertos han llegado, el tiempo los convoca.
Los muertos son estrellas que no tienen revés.

Silvio Rodríguez



Con el Zopilote tracé paralelos y trascendencias.
Muchas veces el presente se quitaba la mascara y nos disuadía de tirarnos por la borda.
“todas son iguales” decía el Zopilote y yo trataba de de mostrarle un ensayo de Eco
sobre las aguas profundas del infortunio. Las tolvaneras de Santa Ana rémoras de un agravio que hubiera sido trascendente sin un Goyo Valdez o un Joaquín Murrieta se mecían en su rancho. “El modo asiático de producción” remarcaba el Zopy alzando la ceja y las voces de González Casanova, Bartra, Stavenhagen, sus maestros, se colaban y eran notas musicales saliendo de su clarinete. En algunas noches nos alcanzo el delirio, a pesar de contar con un talismán contra el mal de amores. Una y otra vez volvimos hasta la X que dividía el camino. Sorteamos los embates de la melancolía. Interpretamos el sentido oculto de la lealtad en las pinturas rupestres de la Baja Sur, con su diablito danzoneando su Bluson, calmadito, arrastrándose en un 2 X 4 en toda la gruta hasta llenarse de mandrágoras el gaznate. Ante lo inevitable lanzamos un SOS al otro lado del infinito para que nos ayudara a pincelar el rostro oculto de la muerte.
El conflicto Zapatista nos agarró oteando al infinito. Ya se habían desmoronado tantos sueños al canto de “we breaking the wall” del Pink Floyd. Pero por si las dudas habíamos escondido bajo el colchón las obras completas de Marx y Engels. Ya que nunca se sabe.

En la selva Lacandona. Foto Waldo Lopez

Sombra a lo demás: Madre tierra
¿Verdad que es mío?
Tu sabor, tu aroma, tu textura
Toda tu, enmarañada de verdes y azules,
Vitral de ensueño tu olvido que no fenece ni calla
ni consuela al espectro de luz
que entra por los siete sentidos y no cinco
como dice la regla.

Retardada justicia:
¡No llegaste a la cita
que gritaba la alborada,
ni abriste tu pecho para estallar en luz
origen del mito tornasol, maestría de tu mano alfarera
la que embadurna de barro al viento
con chaquira y quetzal¡

Recuerdo hermano:
Cuando poseías el equilibrio con el universo,
cuando producías hilo a hilo tu huipil
para envolverte en el halo de lo mágico.
Simple tu forma de vivir; sobreviviendo a bordo de la barcaza
entre el espumarajo de los siglos.
Condenados los unos a los otros
y no los otros a los unos.


El contexto histórico:
Simulaciones y mezquindades. Un primer mundo de espejismos y oropeles. El Satán de orejas grandes había encendido la mecha. La profecía de los Balames, los hijos de las sombras, los hijos del olvido habían lanzado a los siete cielos su proclama: un “Ya basta” con el beneplácito de las cañadas. Una semana después del alzamiento el Zopy me dijo de una tocata en solidaridad con los indígenas Zapatistas.

Cinco días para hurgar en el subsuelo de las ideas y armar un enroque con hojitas de hierba buena y perejil. En cinco días salieron de su madriguera 21 poemas, los aglutiné bajo el titulo de “el canto del jaguar”. La tocata fue en el Sótano llamado así por razones obvias: Un Sótano en la calle tercera, enfrentito del parque Teniente Guerrero.

La premura de tiempo
y mi incredulidad Cartesiana llenaron de incertidumbre mi morral. Me encerré en mi cueva de la Woodlark en Chula Vista, “Chula Juana” me corrige el Zopilotl, “para nosotros los caifanes del Cisco Che o Fumanche” remataba el Zopy y me daba una explicación que abarcaba a ese guerrillero loco que mataron en Bolivia.

Viajeras de la Rebeldía. Foto Waldo Lopez

Mi hermano ama la vida
la danza
la música
el árbol la poesía.
Es ritmo en el regocijo del tiempo
a pesar del estruendo de la pólvora,
la ceguera y el odio
Atrás de la humareda de la guerra
se escucha un jubiloso repiqueteo de campanas
Y lo sabes, lo sé:
Tú historia es un bordado de arco iris sobre el alma.
Tú voz trémula y relampagueante
es espejo de la poesía y tu casa
la epopeya de los ancestros.

La llamaron América; gran monumento al mestizaje.
¡Gran civilización al paso del tiempo¡
Y fue grande la herida.
Su sangre a teñido de bermellones y raspones las alboradas.
Grande de unos la opresión y de otros,
muchos más,
el olvido.
El grave olvido.


El día de la tocata el Zopy llegó con un selecto trabuco desde el otro lado de la frontera: George Lewis, profesor en la maestría de improvisación en la universidad de la Joya (USCD) y trombonista, Ulfar bajista y originario de Islandia, Erick Grinswold, pianista y percusionista, escultor de instrumentos musicales. Actualmente miembro de la sinfónica de Sydney Australia, Scout Walton bajista acústico, el Zopy en el clarinete y yo, con mi manojo de letras para entrarle duro a la tocata que ya se desplomaba del cielo.
George y el Zopy empezaron con las primeros acordes de una rolita de John Coltrane. solo el pretexto para crear un aviar donde unos pájaros invisibles empezaron a revolotear entre la audiencia que poco a poco entraba al paraíso y a un tronido de los dedos de Dios aparecía un amplio valle para corretear entre los sueños. Ulfar y Scott Watson empezaron a arremeter con sus arcos la grandilocuencia acústica de sus bajos. Un himno al magma, rumbo al encuentro de la iluminación pétrea con su lenguaje de candentes artificios. El piano indicó el momento oportuno para repetir las palabras requeridas. Las aves de fuego se escabulleron a través de las paredes para irse a perder entre las sombras pintarrajeadas de la ciudad. El ritual de la sangre se convertía en el clamor de las cañadas, el performance se dibujaba a su mismo en las paredes de las sombras, posesos ante el contacto fugaz de lo eterno. Hasta que, dos horas después, logramos salir
del éxtasis luminoso del frenesí.

No depongo mi empeño, ya en extinción, sobre la mullida hojarasca del imposible.
Sé de tus fulgores en noches de invocación a la luna.
Sé que lejos de tú ayer y que ausente
del hoy te encuentras.
Entrampado en las aspas del injusto devenir.

Mi gruñir, mi palpitar, mi zarpazo herido,
no han bastado.
Para defenderme del falsamente erigido,
enemigo común.
Vaho venenoso en el cristal del recuerdo.

Las futuras generaciones de la rebeldía

Al igual que a otros, el juego de las mascaras y reflejos nos movió las luces de la raíz.
También nosotros, al parejo, detuvimos las manecillas del reloj y reorientamos al tiempo, con la voz de los ancestros y la hoguera (señora del camino) Seguimos en esa ruta: la de los pequeños, la de aquellos que por una sola aurora vencieron a la muerte, la de aquellos que por la noche se arropan de sonrisas y gratitudes, siempre a la espera de seguir en la gracia del bautismo cotidiano del primer rayo del sol. Fuimos, en pares de cuatro, resonancia de la misma profecía. Al igual que otros, sin disfraces, tejimos entre las estrellas el mensaje que salía
desde algún lugar de Montes Azules, allá donde el viento hecha marometas y juguetea entre las voces de los pájaros.
Al igual que en otras costas, de marfil y topacio, levantamos el alma de entre los escombros, los espejos entendieron al igual que los relámpagos la hora prometida;
Un puñito, con lo mejor de todos, para construir una nueva torre de babel, donde no las lenguas, el canto nos hermanaría con la luz que multiplicada en el enjambre de los adagios y los reflejos, al ritmo de la magma que fluye en las venas de los Dioses. Atentos al devenir de las marejadas siderales y el ritual de los Bacaves.


Hermano
Te han robado tu recuerdo.
Creen que es de ellos la grandeza, de tu pasado
ni tú te reconoces en el espejo.


También desmadejamos el brillo de la luna en hebras para tejer sobre el cielo la voluntad del infinito. En el intercambio de travesías y desamores, fuimos dibujando con una crayola roja sobre la mascara un nuevo rostro, acorde a las plegarias de los incrédulos.
Andando nos despedimos de un Otay que se desvanecía ante la ola del urbanismo reptante. Chupábamos del día la dosis para delinquir en el mal de amores, aún con la esperanza flameando en profética danza. Los restos del vía crucis cotidiano los observábamos en ciertos cruces del camino. Entre los chamizos latas y empaques de plástico de una travesía entre cercas y líneas divisorias en el laberinto por la sobre vivencia.
Buscamos a lo largo de una frontera endeble los pedazos de la tierra prometida, la ruta de un tranvía perdido entre las líneas de una mano gitana. Mitad Mora, mitad fuego que añora.

En territorio zapatista

Cuantos caminos al abuelo
Y de ahí nueva ruta,
sorteando veredas, saltando atajos.
Calendario atrás.
Y volver a ver:
Cuando la noche se vestía de plumas y pedernales,
cuando las flores, ríos y tapires
arengaban de ensueño al infinito
para beberlo en el cuenco de las manos.
Ser ambos por último
las dos caras de lo imaginario.


Así, en medio de un algo multiforme, con piel de sobresalto, fuimos los pequeños,
con la vitualla de instantes frugales en las alforjas, himnos casi en harapos,
donde las ausencias se difuminan en obsesiones. Con el cascajo de algunos brillos nocturnales llenamos el cáliz de la vida, para ofrendar al Dios de lo finito la ruta de lo infinito, para beber hasta la última gota de luz, aferrados como piratas al abordaje
de lo eterno.
Para ser
En el canto de lo insondable
un pedacito de nada,
la chispa primera de todo.
Travesía en las aguas de un galimatías existencial, aprendiendo a vivir sin mascaras ni reflejos.
En el viaje eterno de las almas y los bemoles, hasta un final arrojando luz matinal
sobre la piel de los mares.
Así hubimos de ser
Sin ser para ser
Amarrados a un suspiro que vuela en las alas del instante.