Friday, December 5, 2008

Atardecer Barroco. Foto: Waldo Lopez

Brebaje I

Quiero ahogarme en tus besos brujos.
Cubrirme con el rocío que se desprende de tus labios,
cuando el equinoccio de las flores
escarba hondo el centro del alma.
Quiero desquebrajar un día cualquiera mi propia ruta,
para adentrarme en tus mares, para remar como esclavo,
a la proa de tus hechizos;
escuchando el canto de la muerte
antes de ser vencida por su propia muerte.
Quiero descifrar largo anecdotario de calles, avenidas,
luces y destellos,
para convencerme de que los cristales que recogía
en esos mares eran lágrimas de una virgen que no existía.

Apuré la copa del vino, con algunos refranes de amor,
con la vigilia bajo el brazo
y un salvoconducto a los vendavales que seguían mis pasos.

Quiero precisar con un beso amoratado.
y mi deseo que cabalga brioso.
(Bajo una luna que sirve de faro
a los insectos que cantan bajo la hojarasca)
Que continuo en una espera que se teje y desteje
en un pedazo del cielo.

Quiero rejuntar las hojas del limonero
pegarlas a mi pecho
y amortajen el dolor de las barandas.
Para que la vida se descuelgue generosa
del zaguán de mi azotea,
quemando un cacho del viento del norte
con fusta y bajo una estrella negra.

Quiero escribir lo que no llega todavía,
lo que se intuye como rumor de un mar embravecido,
lo que tarda en amanecer de un día domingo,
bajo las cestas de mimbre y sudores de alquitrán.
Alguna vez, confieso, he arado
por las rutas que dejaron las gotas de lluvia
en mi ventana, la que da de frente al balcón
de tu sonrisa, solo para ver lo que tus manos
movían como invisibles turbulencias y sonajas celestiales.

He rejuntado de varios diccionarios los mejores silencios,
los que rutilan las mejores sorpresas,
sonrisas de cristales y versos de Alejandría;
solo para armar un lecho de amores, donde los cielos se canten
con un infierno de dichas.

Así por la misma plazuela, bajo el reacomodo de las aves en sus nidos,
rejunto lo que resta de tu aroma en los diáfanos arrabales.
Deambulo entre peregrinos que van a ninguna parte.
Perdido entre las lisonjas y limosnas a una sombra oculta.
Qué ardides, como estandartes en el cielo
entre noches bohemias con pan de trigo?
Cuántos cielos de tu cuello cuelgan
para interpretar el mundo de las lagartos?

Vuelvo, como cada noche en un claro ensoñar
a seguir la ruta de la luna
que indiferente y con su anafre bajo sus holanes,
cuida de las brazas que saben del deshielo de mis labios.

Con un ramito de luciérnagas ilumino
mi propio capitulo sin concluir.
Lo guardo bajo la almohada para evitar extravíos,
para que ilumine mi sueño de regreso,
mi sueño araucano, el que garabatea donde los aguaceros
alimentan tu raíz más profunda,
la que enciende el medallón de Dios.

Estación Vicam. Republica Yaki

Brebaje II

Para que el rumoroso latir del mar
desnude mis palabras,
para que como gitanas descifren las nubes en el cielo,
el valor luminoso de los silencios,
y el color exacto de los escarbajos en su vuelo al sol.

Eres fantasma que sopla en las brasas
Quiero embriagarme con mi aguardiente de cerezas,
durante el ardiente regocijo de las sombras.

Cosquilleas mi lado izquierdo,
por donde me desangro de amapolas,
donde la vida se escurre en el tobogán de lo irremediable.
Detrás de todo laten tus pecados de diosa.
Llamando a los lodazales a proteger el blanco de los lirios
y darle mortaja de sombra a los que se pierden en el sueño.


III


Era un rugido de volcán a la espera.
Era un sollozo apretujado en la gloria de los hombres murciélago,
y sin embargo
nadie sabía el nombre verdadero de las guitarras
en el valle imperial del relámpago.
Acordes en blanco y negro, se escabullían, para encontrar la ruta
al vellocino que guardabas bajo tu vientre.
Las aguas del cielo ahogaban los pedestales,
que los plateros cuidaban bajo sus cinceles.
Para esculpir una sonrisa nueva en el rostro de la luna.
A la hora de cantar, a la hora que el aroma
de la hogaza recién horneada salía por la ventana,
ofrenda del trigo a la levadura de la montaña sagrada.
Para poder descascarar la luz de un nuevo día.

El venado de Real del 14. Obra Tata José

Brebaje IV

La mortaja segura, la que escapa de los vientos
y los chispazos concupiscentes,
se encuentran por el sendero de los bejucos sagrados,
con los que se construyen nuevos vendavales.,
Amores de irónica sorpresa.
Teas ardiendo de artilugios
entre los escombros de una desventura
que un día fue tributo a los huracanes.

Tengo en un puño la diamantina de tu recuerdo.
para soplarla en noche de luna hermana.
Bajo la pirotecnia de sus destellos. Soplo
y apareces justo en la mitad de mi muerte,
en medio de una batalla de espinas en el desierto.
Entonces entiendo por vez primera
en mis siete direcciones.
Lo impecable que ensombra el lado bueno del precipicio,
hasta volverse con avena y luz brebaje del cielo
(en un cocimiento con todos los tiempos)
De donde los dioses beberán sagrada pócima.
Para poder, en una ligera ensoñación,
sentirse por vez primera ,,, hombres.

Monday, November 17, 2008

La selva Lacandona. Foto Waldo Lopez

En territorio Zapatista

Salimos de Ocosingo a bordo de lo primero que encontramos. La tarde coqueteaba con unas nubes cuyo rumbo coincidía con el nuestro. El cacerio desparramado a lo largo del valle, sus antiguas tardes de verano, las leyendas de su guerra de castas. En una angosta avenida de piedra, donde nos dejó el autobús, encontramos a Alberto y no sé por que gracia del eterno viajero, descubrió enseguida nuestro rumbo. -¿Van a territorio zapatista?- Y como si nos conocieramos de hace ya lunas, empezamos a caminar al parejo; nuestros pasos sabian de antemano como seguir la ruta de las semillas del maíz. Había en el aire un aroma de romería. La claridad del día lanzaba serpentinas de luz que se quebraban con la sombra de nuestros pasos. Varias manos, como corales, se extendieron para ayudarnos a subir. Pasamos nuestro equipaje total, consistente en todo lo apretujado que logramos introducir a la mochila. Alguien acomodó nuestras chivas junto a la ventanilla de la cabina y nos instalamos como pudimos. El rompe hielos aprendido en algunas clases de autoestima resultaba inecesario. Había sonrisas y miradas de somos más de dos. Don Julián, aferrado a la estructura metálica que servía de asidero y segundo piso iba parado en la defensa, fue nuestro guía en nuestro lento ingreso a la selva lacandona, camino a Dolores Hidalgo. Alejandro, después habríamos de presentarnos más solemenente, estudiante de antropolgía en la universidad de Berckley, se instaló en la estructura metálica que servía de segundo piso creando algo de sombra para algunos de nostros. Mariana y Gaby estudiantes de la UABC nos hicieron sentirnos como en casa. Lucy estudiante de maestría en San Cristobal de las Casas fue la sonrisa durante el trayecto y permanencia de nuestro viaje.

Sigo aquí,,,Mirada Tzeltal. Foto Waldo Lopez

Alberto, va de nuez, periodista y maestro en la UNAM, nuestro amigo de farra sin farra y apoyo incondicional. Ah!: La teatrera que resultó conocer a varios artistas de nuestra frontera norte. Ahí ibamos todos estos más los locales que se sangoloteban con una experiencia ganada en la batalla. Uno a uno se iban bajando en algún pequeño caserío, otros subían y nos acompañaban por algunos kilometros, en tanto palmo a palmo se abría ante nostros la majestuosidad de la selva, con su ábanico de contrastes de luz, con su espectacular presdijitación de verdes y el rumor milenario de su estirpe. Algunos Zeltales nos saludaban a nuestro paso. Los carteles y leyendas daban exacta cuenta de donde nos encontrabamos. “Municipio autónomo en rebeldía”, “Aquí el gobierno manda obedeciendo”, “aquí el pueblo decide y el gobierno ejecuta”, las escuelas autónomas relucientes con sus murales multicolores zapatistas, sus hospitales o algún galerón adaptado como clínica o dispensario médico con alguna pintura del Che, Zapata, Marcos o Juárez dándole diferentes matices a la escala cromática al reino del verde. Julián, parecía ir bautizando infinitamente con su palabra los distintos caseríos o comunidades. Con pocas palabras orgulloso daba una simple explicación y se quedaba en silencio con una sonrisa cincelada en su rostro de barro.

La magia se viste de verde. Foto Waldo Lopez

El caminón acostumbrado a estos menesteres sabía de antemano las argucias para lo abrupto del camino. Resoplaba para no sucumbir. En su constante bamboleo nuevos y espectaculares monumentos a la gracia de nuestra madre se sucedían. Los horizontes palpitaban en la distancia, destiladan gota a gota su frescura. El aroma de tierra mojada se mezclaba con la tundra y el musgo, la ceiba y los ríos. Entre los árboles las aves, los monos y el crepitar de la hojarasca creaban el concierto del día, transformándose en la sustancia misma de la vida, en la evidencia más notable del existir: saberse parte indisoluble del verde y el azul. Pasadas las horas el punto de arribo. Algunos indigenas Zeltales nos reciben, nos cuentan, anotan algo en sus papeles y nos señalan el sitio donde nos tendremos que registrar. Caminamos en lo que parece ser un campo de fútbol, afelpado con la humedad de la lluvia diaria. Damos nuestros nombres.- ¿A quién representan?- Más o menos a nostros mismos y algunos datos para la gente de la revista Rebeldía. Nos reagrupan y nos dirijen a nuestras habitaciones, relucientes de otredad con sus clavos para las hamacas y nada mas.

Ahí nos instalamos. Felipe y yo intercambiamos miardas de sobresalto. Se nos olvidó la casa de campaña, los sleeping bags, la lámpara, los utensilios de cocinar, la brújula, el compás, en fin todo. Es aquí donde surje la palabra de Alberto- Vénganse para acá - y todo resuelto. Bajo su casa de campaña, felipe Alberto y yo nos encargamos de elaborar la más bella sinfonía de ronquidos en medio de la selva Lacandona.

La noche danzaba a nuestro alrededor con su coreografía de relámpagos iluminando los cuatro horizontes que simulaban ser más de diez. Los cocuyos respondían con sus intermites destellos mientras observábamos como los elegidos no paraban de llegar. El bailongo se preparaba y la noche vestía de gala. Era noche de jolgorio, atrapaba con su pecho a tanto pendenciero del destino, a tanto truhán de amores y desterrados sin agonía. Ahí estabamos enmedio de un ramo de orquídeas negras olisqueando el murmullo de las sombras, un cacho de historia se apretujó a nostros, el oráculo sonrió discretamente satisfecho. La marimba simplemente empezó a llorar.

Buscando mis pasos. Foto Waldo Lopez

PARALELOS Y TRACENDENCIAS CON EL ZOPILOTL

Retornan los guerreros
al grito de la tierra.
De nuevo la leyenda se hace realidad.
Los muertos han llegado, el tiempo los convoca.
Los muertos son estrellas que no tienen revés.

Silvio Rodríguez



Con el Zopilote tracé paralelos y trascendencias.
Muchas veces el presente se quitaba la mascara y nos disuadía de tirarnos por la borda.
“todas son iguales” decía el Zopilote y yo trataba de de mostrarle un ensayo de Eco
sobre las aguas profundas del infortunio. Las tolvaneras de Santa Ana rémoras de un agravio que hubiera sido trascendente sin un Goyo Valdez o un Joaquín Murrieta se mecían en su rancho. “El modo asiático de producción” remarcaba el Zopy alzando la ceja y las voces de González Casanova, Bartra, Stavenhagen, sus maestros, se colaban y eran notas musicales saliendo de su clarinete. En algunas noches nos alcanzo el delirio, a pesar de contar con un talismán contra el mal de amores. Una y otra vez volvimos hasta la X que dividía el camino. Sorteamos los embates de la melancolía. Interpretamos el sentido oculto de la lealtad en las pinturas rupestres de la Baja Sur, con su diablito danzoneando su Bluson, calmadito, arrastrándose en un 2 X 4 en toda la gruta hasta llenarse de mandrágoras el gaznate. Ante lo inevitable lanzamos un SOS al otro lado del infinito para que nos ayudara a pincelar el rostro oculto de la muerte.
El conflicto Zapatista nos agarró oteando al infinito. Ya se habían desmoronado tantos sueños al canto de “we breaking the wall” del Pink Floyd. Pero por si las dudas habíamos escondido bajo el colchón las obras completas de Marx y Engels. Ya que nunca se sabe.

En la selva Lacandona. Foto Waldo Lopez

Sombra a lo demás: Madre tierra
¿Verdad que es mío?
Tu sabor, tu aroma, tu textura
Toda tu, enmarañada de verdes y azules,
Vitral de ensueño tu olvido que no fenece ni calla
ni consuela al espectro de luz
que entra por los siete sentidos y no cinco
como dice la regla.

Retardada justicia:
¡No llegaste a la cita
que gritaba la alborada,
ni abriste tu pecho para estallar en luz
origen del mito tornasol, maestría de tu mano alfarera
la que embadurna de barro al viento
con chaquira y quetzal¡

Recuerdo hermano:
Cuando poseías el equilibrio con el universo,
cuando producías hilo a hilo tu huipil
para envolverte en el halo de lo mágico.
Simple tu forma de vivir; sobreviviendo a bordo de la barcaza
entre el espumarajo de los siglos.
Condenados los unos a los otros
y no los otros a los unos.


El contexto histórico:
Simulaciones y mezquindades. Un primer mundo de espejismos y oropeles. El Satán de orejas grandes había encendido la mecha. La profecía de los Balames, los hijos de las sombras, los hijos del olvido habían lanzado a los siete cielos su proclama: un “Ya basta” con el beneplácito de las cañadas. Una semana después del alzamiento el Zopy me dijo de una tocata en solidaridad con los indígenas Zapatistas.

Cinco días para hurgar en el subsuelo de las ideas y armar un enroque con hojitas de hierba buena y perejil. En cinco días salieron de su madriguera 21 poemas, los aglutiné bajo el titulo de “el canto del jaguar”. La tocata fue en el Sótano llamado así por razones obvias: Un Sótano en la calle tercera, enfrentito del parque Teniente Guerrero.

La premura de tiempo
y mi incredulidad Cartesiana llenaron de incertidumbre mi morral. Me encerré en mi cueva de la Woodlark en Chula Vista, “Chula Juana” me corrige el Zopilotl, “para nosotros los caifanes del Cisco Che o Fumanche” remataba el Zopy y me daba una explicación que abarcaba a ese guerrillero loco que mataron en Bolivia.

Viajeras de la Rebeldía. Foto Waldo Lopez

Mi hermano ama la vida
la danza
la música
el árbol la poesía.
Es ritmo en el regocijo del tiempo
a pesar del estruendo de la pólvora,
la ceguera y el odio
Atrás de la humareda de la guerra
se escucha un jubiloso repiqueteo de campanas
Y lo sabes, lo sé:
Tú historia es un bordado de arco iris sobre el alma.
Tú voz trémula y relampagueante
es espejo de la poesía y tu casa
la epopeya de los ancestros.

La llamaron América; gran monumento al mestizaje.
¡Gran civilización al paso del tiempo¡
Y fue grande la herida.
Su sangre a teñido de bermellones y raspones las alboradas.
Grande de unos la opresión y de otros,
muchos más,
el olvido.
El grave olvido.


El día de la tocata el Zopy llegó con un selecto trabuco desde el otro lado de la frontera: George Lewis, profesor en la maestría de improvisación en la universidad de la Joya (USCD) y trombonista, Ulfar bajista y originario de Islandia, Erick Grinswold, pianista y percusionista, escultor de instrumentos musicales. Actualmente miembro de la sinfónica de Sydney Australia, Scout Walton bajista acústico, el Zopy en el clarinete y yo, con mi manojo de letras para entrarle duro a la tocata que ya se desplomaba del cielo.
George y el Zopy empezaron con las primeros acordes de una rolita de John Coltrane. solo el pretexto para crear un aviar donde unos pájaros invisibles empezaron a revolotear entre la audiencia que poco a poco entraba al paraíso y a un tronido de los dedos de Dios aparecía un amplio valle para corretear entre los sueños. Ulfar y Scott Watson empezaron a arremeter con sus arcos la grandilocuencia acústica de sus bajos. Un himno al magma, rumbo al encuentro de la iluminación pétrea con su lenguaje de candentes artificios. El piano indicó el momento oportuno para repetir las palabras requeridas. Las aves de fuego se escabulleron a través de las paredes para irse a perder entre las sombras pintarrajeadas de la ciudad. El ritual de la sangre se convertía en el clamor de las cañadas, el performance se dibujaba a su mismo en las paredes de las sombras, posesos ante el contacto fugaz de lo eterno. Hasta que, dos horas después, logramos salir
del éxtasis luminoso del frenesí.

No depongo mi empeño, ya en extinción, sobre la mullida hojarasca del imposible.
Sé de tus fulgores en noches de invocación a la luna.
Sé que lejos de tú ayer y que ausente
del hoy te encuentras.
Entrampado en las aspas del injusto devenir.

Mi gruñir, mi palpitar, mi zarpazo herido,
no han bastado.
Para defenderme del falsamente erigido,
enemigo común.
Vaho venenoso en el cristal del recuerdo.

Las futuras generaciones de la rebeldía

Al igual que a otros, el juego de las mascaras y reflejos nos movió las luces de la raíz.
También nosotros, al parejo, detuvimos las manecillas del reloj y reorientamos al tiempo, con la voz de los ancestros y la hoguera (señora del camino) Seguimos en esa ruta: la de los pequeños, la de aquellos que por una sola aurora vencieron a la muerte, la de aquellos que por la noche se arropan de sonrisas y gratitudes, siempre a la espera de seguir en la gracia del bautismo cotidiano del primer rayo del sol. Fuimos, en pares de cuatro, resonancia de la misma profecía. Al igual que otros, sin disfraces, tejimos entre las estrellas el mensaje que salía
desde algún lugar de Montes Azules, allá donde el viento hecha marometas y juguetea entre las voces de los pájaros.
Al igual que en otras costas, de marfil y topacio, levantamos el alma de entre los escombros, los espejos entendieron al igual que los relámpagos la hora prometida;
Un puñito, con lo mejor de todos, para construir una nueva torre de babel, donde no las lenguas, el canto nos hermanaría con la luz que multiplicada en el enjambre de los adagios y los reflejos, al ritmo de la magma que fluye en las venas de los Dioses. Atentos al devenir de las marejadas siderales y el ritual de los Bacaves.


Hermano
Te han robado tu recuerdo.
Creen que es de ellos la grandeza, de tu pasado
ni tú te reconoces en el espejo.


También desmadejamos el brillo de la luna en hebras para tejer sobre el cielo la voluntad del infinito. En el intercambio de travesías y desamores, fuimos dibujando con una crayola roja sobre la mascara un nuevo rostro, acorde a las plegarias de los incrédulos.
Andando nos despedimos de un Otay que se desvanecía ante la ola del urbanismo reptante. Chupábamos del día la dosis para delinquir en el mal de amores, aún con la esperanza flameando en profética danza. Los restos del vía crucis cotidiano los observábamos en ciertos cruces del camino. Entre los chamizos latas y empaques de plástico de una travesía entre cercas y líneas divisorias en el laberinto por la sobre vivencia.
Buscamos a lo largo de una frontera endeble los pedazos de la tierra prometida, la ruta de un tranvía perdido entre las líneas de una mano gitana. Mitad Mora, mitad fuego que añora.

En territorio zapatista

Cuantos caminos al abuelo
Y de ahí nueva ruta,
sorteando veredas, saltando atajos.
Calendario atrás.
Y volver a ver:
Cuando la noche se vestía de plumas y pedernales,
cuando las flores, ríos y tapires
arengaban de ensueño al infinito
para beberlo en el cuenco de las manos.
Ser ambos por último
las dos caras de lo imaginario.


Así, en medio de un algo multiforme, con piel de sobresalto, fuimos los pequeños,
con la vitualla de instantes frugales en las alforjas, himnos casi en harapos,
donde las ausencias se difuminan en obsesiones. Con el cascajo de algunos brillos nocturnales llenamos el cáliz de la vida, para ofrendar al Dios de lo finito la ruta de lo infinito, para beber hasta la última gota de luz, aferrados como piratas al abordaje
de lo eterno.
Para ser
En el canto de lo insondable
un pedacito de nada,
la chispa primera de todo.
Travesía en las aguas de un galimatías existencial, aprendiendo a vivir sin mascaras ni reflejos.
En el viaje eterno de las almas y los bemoles, hasta un final arrojando luz matinal
sobre la piel de los mares.
Así hubimos de ser
Sin ser para ser
Amarrados a un suspiro que vuela en las alas del instante.

Saturday, October 25, 2008

El Trance de los siete Colores. Acrilico Waldo Lopez

El Trance de los Siete Colores

OBERTURA


En la espiral del caracol,
donde los tiempos se desvanecen
y la mándala de Lilla descorre los velos
del vaho neblinoso de la distancia.
Se puede ver la exuberancia de la selva madre
sus mil tonalidades de verdes y chispazos de sombra.
Cielos cargados de espíritus y estrellas boreales.
De donde fueron arrancados sus hijos, de cuajo
para siempre invocar sus aguas, cielo, barro y pedernal.
Para ser uno con las dunas del desierto;
Uno con el oráculo de sus espíritus, de esmeraldicas resonancias,
habiendo cruzando para su consuelo ancho cielo y mar.

Selva Madre, de nube y de río
de llanto y hoguera
de canto y grillete.
Que tu fuego de risas y travesuras ilumine
la selva oscura con el noble espíritu
de la noche que en su espesor afila sus flechas.

Se puede ver, aún, entre una sacudida de espasmos y delirios
la semilla que fue sembrada como tributo, además del guerrero o esclavo,
en las hipnóticas y sensuales arenas del desierto de Marrakech.

Se puede ver, aún, el peregrinaje del dolor,
la carga lastimosa del cielo sobre la espalda.
El advenimiento de una pena, en noche de invocación,
de cantos, danzas y flamas.
Hasta volverse canto rumor en el éxtasis del ceremonial.

Are Xango a parir tus nuevos hijos!

De Mali y Guinea los primero en la travesía
para dar negrura a los arenales, para oscurecer
al aliento y los oasis de Marruecos.
Donde nace la flor negra del fuego.

Gnawa los herederos del hechizo, voz de los primeros,
los que interpretan el lenguaje del fuego,
el espíritu que vive dentro de la selva
y escucha lo que la luna dice
cuando baja a su aldea a beber agua de su río.
Gnawa, eslabones del trance,
arrancado a un frenesí que se cuida desde que nace
en la piel de los tambores.
Que siempre, por consejo de la serpiente, se deben de tocar en par.

Enlace de selva y horror, despojo y esclavitud.
Salida onírica para llegar de nuevo hasta donde moran los dioses,
y los muertos cobijados con musgo de nuestros ancestros.

La lilla, la ceremonia para revivir la voz de la hoguera,
la voz de relámpago, la voz de los que inventaron el arco y la flecha,
el mensaje furtivo de las tinieblas, del cielo y del sol.
La Lilla, lila de color negro.
Balanza donde se sopesan los siete colores de un desierto
austero de humedad y tonalidad;
para curar el alma, para que los pasos
despierten tranquilos, para que el dolor que tanto duele
se cure en una danza de crótalos, loshola y craqueb.

El Maleen, el que cuida el tambor multicolor,
el que vela el sueño de su pueblo desde un rincón en la montaña,
pide consejo a Sidi Jilali la diosa del blanco.
Para empezar a girar de nuevo la rueda
en su engranaje universal.

Lento empieza el revolotear de dedos sobre el cuero de cabra
de los Gongas, como repiqueteo de hojas sobre el viento,
de los Sahala, apenas audibles, para no ahuyentar a las sombras
que como guerreras rondan la oscuridad del arenal.
Lentamente se abren los sentidos.
Las brazas aúllan al ritmo que se descalzan,
apenas audibles como las gotas de rocío saltando
desde las copas de los árboles a la vastedad.

El Trance del Blanco

Gnawa de día,
traquete, traqueteando
volvía.
De ritmo
del istmo
Gnawa de blanco
con su canto invocaba.
Sidi Jilali
aparecía.

El mismo compás
aprendido
donde bulle el magma.
Donde la Diosa luz
ofrenda su fulgor
de ritmo,
al latido original
de sol.

Gnawa de vela blanca,
gallo blanco
para el decapite.
Rito de huellas reptantes,
sudores que navegan
pecho y frente.
Frenesí,
braza- canto,
donde germina
hechizo blanco
en negra lejanía.


Tambores y Guembri,
para trepar al cielo
Para robar una sombra
a Sidi que las engarza
en el cuello de una eternidad.
Gnawa de día
plegaria- danza
para que el espíritu
toque la frente.
Y salgan los demonios
que ensucian el alma
y salten al fuego
y acallen su voz.
Al fuego
cuya hoguera lame otros cielos
otras lunas, la mirada tierna de los ancestros.



Suenan las tres cuerdas
del Guembri.
Sus tripas de cabra
atadas en madera fina
y cuero de camello.
Vibran en sutil abrazo
develan el secreto
del viento, la aridez.
Membráfono del desierto
de octavas sus lamentos;
para afinar la calma
con los siete colores machos
y los dos femeninos
amarillo y rosa
rejuntando uno a uno
los espejismos del arenal.

Sidi Jilali
Aparece en el éxtasis
de los craqueb,
antiguas castañuelas
de Triana y Tarifa
bendicen la percusión
En Casa Blanca.
En el cielo.
Entre giros, espasmos y sudores
el peregrinaje de la mañana
se desnuda lento en su luz.
Sanación.

El Trance del Color

El Trance del Azul Marino

De Norte a Sur
la caracola invoca
al ceremonial
a la mezquita ardiente del canto
mitad Bantú, mitad Alá.
Los tambores de pieles de cabra
esperan el primer rayo de luz;
esperan que del cielo se descuelgue
un ave, no Maria, celestial.

El canto lento abre las puertas del alma.
Arremete con el sopor de la bruma
una enredadera para que el Maleen
trepe al cielo y dos diga la hora verdadera.
Entre los dos cielos y los dos infiernos.

El viento rejunta el azul navegante del cielo,
convertido en arrullo,
para encajarlo como daga en su mar.
El canto invoca las olas
las revuelca en su propia espuma.
Los siglos se congregan
Visten túnicas de seda
bordadas con noches y artificios de Senegal.

En el poniente la luna apenas se descalza.
Atrás el sol salta por la ventana.
Un primer rezo cobalto se enciende.
Los primeros tambores entienden el mensaje.
Se prenden del cielo.
En pares de dos en dos para hornear el cuatro,
para descifrar el mundo de los muertos.
Cabala de huesos y grumos del desierto.

El futuro se va quemando
entre los aires sabios que se aparecen y se disuelven.
Al canto hipnótico de las costas
custodiadas por el guardián del diamante azul.
Se desnudan en voluptuosidades,
dibujan con el dedo
un horizonte bajo el mar.
Ora el Maleen:
“Que los cielos prendan
claridad.
Que el paño azul
limpie las impurezas
de los que vagamos
en las dos caras del espejismo,
en las comisuras
del incienso azul”

Bajo un canto que crece en forma circular
se entejen los rayos del sol,
se adormece lento el lado ordinario
de la consciencia,
se deshilvanan las impurezas
que el mundo nos endilga.
El cuchillo toca madera, la abrazadera
abre las puertas del sacrificio;
para que soplen los muertos
y se escriba el origen del peregrinaje
en el papiro de la eternidad.

Se arrecian las intensidades,
los sudores dan de beber a la arena,
los veredictos se multiplican en cadencias,
giros y adversidades,
en tropelías de un viaje imaginario
de azulgrana para sacar del pozo
el elixir del saber, de lo oculto en el fuego
en las sombras que al aullido de la luz
huyeron a refugiarse bajo un oasis.

El destello prisionero de un turquesa marino
se enciende en doble llamarada,
mientras las olas lamen con intensidad;
Invocan el conjuro, la cruz de luz para tatuarla
en el dorso desnudo del mar.
Besos salinos para acariciar la suerte
para ahuyentar las desgracias
que nos oscurecen la buena gracia.
Como el dos de bastos de la baraja Andaluza
que nos señala el sitio oculto
donde se cruzan los dos maderos de la cruz.

Hora de silencios
de túnicas despojadas, como el sudor del lamento

El Trance del Rojo

Invocación en el trasiego de la sangre.
Sidi Hammu en un trepidario sonsonete de luz.
Rayo trashumante del vientre de Dios,
el que descubre la síntesis espiritual
de que vive y repta en el trasadero
de la creación.
Levantando vendavales, círculos de fuego
con la Sefirá al trapiche del resquemor.
Cuando se levanta y camina la diosa de la nada
como tributo a la oscuridad.

Peregrinaje trasluz de la oración,
para escalar las montañas donde trasnocha
el genio de las alturas, el que enciende sus tres lámparas
con el fuego del rubí.
Plegaria de dulces arrebatos.
Las tres Marías del desierto
en el traqueteo de la fiesta del color.
Con el ritmo que el cielo consuela,
trementina para pegar
donde se desgrana el cielo
de su propia arcilla bermellón.

Sajadura de ungüentos de salamandra
para redimir el tríptico desconsuelo
la trapaza del ensueño numérico.
De múltiples cadencias, posesas de santa sanación.
Éxtasis de tambores, trinitario nacimiento,
en el repiqueteo hipnótico de la percusión
para hilvanar con aguja y camello
el camino de regreso.
Donde burbujea la música de las esferas.
Para sus hijos orfebres de la luz
que en la fragua escriben con llamas el libro del esplendor.


Se invierte palabra sagrada,
la que se guarda secreto bajo cada clavo de la cruz.
La de vida y muerte,
la que chispea a la palabra, la que sana,
la que reinventa de tres en tres el cosmos
en un fino y caudaloso traquetear.
Con ternuras y sonajas para invocar
al espíritu que colorea con su vaho
el amatista horizonte de Marrakech.
El que de su sangre extrae
las tres gotas de aceite que encienden el candil del sol,
para que ardan espíritu, alma y cuerpo
en los tres jarrones de la inmortalidad.

Peregrina Dardela navegante del tiempo
con sus ritos de colores, en plegaria excelsa,
sedal cósmico de turgencia e invocación.

Ora el Maleen:
“De un tiempo venistes
donde el carbón es sabia de sol.
De la vida se escapa
el origen, la nata y su flor.
Fresca gota de agua
para la sed del Tambor.
Son tres los hijos de Tebas.
Tres los hijos de Abraham.
El sonrojo se agrieta.
Ojo Macumba del Senegal.
Dos ojos han tejido tenebra
tres los han de sanar”

El Gnawa recorre a la inversa camino mítico
de Majut a Kéter, en rojas sandalias
las nueve esferas las caras de Dios.
Danza de montaña, de alborada sus pastores
de cabras, nubes y albores
en sintonía con los cielos de cuyo canto
brota la sangre que canta lo ignoto del Kabbalah.
Devoción.

El Trance del Verde

Revoltijo de cielos,
verdes túnicas que retornan en su vuelo
de regreso.
Sudores.
Hechizo que navega en una herida no café
como la tierra,
verde
como la flama que redime con aromas de dátiles,
con resonancias
de Gembri peregrina.
Nudo de confines.
Tramonta de vértigo en los follajes.
Cimbra raíz, tiempo no ignoto, fugaz, con el corazón
de las palmeras en el fuego.
Ahuyenta la otredad del desamparo.
Éxtasis.
Aromas desnudas de vértigos, conjuros, estepas de un verde
parduzco, retumban a contraluz de los Craquebs.
Los tambores rechinan, inclinan la noche,
sacuden secretos de malaquita.
Se incendian los danzantes.
Fuego de sombra,
de tierra, agua,
retronar de tambores.
Sonsonetes heridos con pedazos de estrellas.
Para revivificar un hechizo turquesa.
Conjuro.
El Gembri allana camino,
para reverdecer el precepto.
en las soterradas ventiscas,
olisqueando delirios bajo los puntos cardinales.
Conculca su aroma de albahaca
a la consonancia bendita.
Precepto.
Creencia en el solsticio que brinca
entre los cántaros de agua para alá
travesía.

El Trance del Azul Celeste

Acrilico: Waldo Lopez


Dicen en Marruecos y Argelia “ Hamsa alá ainek”: “Contra el mal de ojo”.

Un día de primavera el Gnawa convoca.
La gracia y el espíritu están en el monte.
Las túnicas de azul celeste son banderas en la lejanía.
Tradición que se desmorona como arena dentro de un reloj
que perdió su sino, su alegría.

Salen con el cinco tatuado en la frente
Las bendiciones se embarran a la vida y un cacho del cielo.
Recogen la claridad del día que se marchita.

Las rocas, los valles, las dunas y escarabajos, las cabras y las nubes,
son notas penta tónicas, de una música de grumos y claridades,
pepenándose del suelo y del cielo
siempre sonrientes al naufragio del alborada.

Con los cinco dedos, los cinco sentidos se limpia el querosén
del infortunio untado a los días.
El maleficio que ronda entre los matorrales
ensuciando el agua bendita que nace del pozo.

Los hilos invisibles atados al corazón de Dios,
se desatan en una algarabía de transparencias y presagios
serpenteando como culebras en la piel del desierto.

El vuelo de un canto mitad noche, mitad luz
abre los cortinales del suplico al ensoñar.
Bondades y Tarikas colgadas al pecho,
amuletos contra el mal de ojo y hechicería.

La mano de Fatma cura y previene enfermedades,
en Túnez y el desierto del Sahara.
Cuida a las nubes en su viaje a los vergeles,
sana con ceremonial y canto de luces y tambores.
Invoca al espíritu del viento para que revela el cofre sagrado
guardián de las cinco llaves del conocimiento.

Los Gnawas cincelan los grumos en la arena.
Con pócimas sagradas del azar.
Un canto se refracta
el murmullo que hacen los dioses al amar.

El Trance del Marrón

El gnawa indica con su mano.
Un Gonga da el primer golpe para desquebrajar la ensoñación.
La respuesta de los Craquebs se transforma en un enjambre de silbidos,
rémoras tintineantes ataviadas de sigilo entre el aroma de la sequía
y la flor del manantial.
Abren procesión a los rincones más lejanos
donde fue creado el primer hombre en el número seis.
Travesía de tres en tres.
En la sutileza como viento, en la inocencia, mirada tierna de la luna
cuando la preña la luz.
Abrazante aroma de la carne en ofrenda,
fuego que purifica la oración, palabra encanto,
palabra de redención.

Lejos de su aldea, para que el mensaje del genio del bosque, tengan secrecía.
Para que el encanto del trino de las aves
sea melodía entretejiéndose en el pecho castaño del cielo.
Para que la prosperidad anide en las chozas.
Para que el poder de la sangre de los animales del bosque
encuentre cabida en el corazón.
Cada quién con su coraza o salea, cada quién con sus polvos y ungüentos para el alma.
Para que no sea blanda ante las ventiscas del Norte,
que brincan aullando entre las arrugas de la piel.

Las escamas de la serpiente
son la ruta que demarcan en el cielo los ojos de los dioses
las pléyades péndulo circular.
Oráculo, ver de oyeres y mañanas desde la resequedad a la humedad.

Bajo una sabana blanca el conjuro, el mimetismo con la muerte,
con la astucia de la serpiente, con el bálsamo que sana herida,
con la armonía, con el trance de la oración bajo el hechizo del relámpago.
Cantar de fuegos.
Quejido multicolor en el delirio, en el frenesí, en la caída al precipicio del alma,
en el éxtasis, en el arrullo de los seis cirios benditos de Alá
las seis hogueras de Senegal.
Giros, danza, fragor de Gongas y Craquebs.
Artificio del fuego moldeando el espíritu.
Fragua canto.
Luna hechicera de amor.
Teas de un fuego que arde sin arder.
Arden en el alma una danza de sudores, de sombras, plenitud.
Plenitud no tan plena, ajada, como la luna que se expande, herida
por una piedra arrojada al manantial.
Fuego, canto, palabra, danza, percusión.
El cielo se astilla bajo el peso del ceremonial.
Resolución.

El Trance del Negro

Ritual de cadencias, ofrenda sacra al espíritu que cuida la noche.
Siete hogueras para quemar la oscuridad, al miedo que se envuelve
como serpiente en el árbol de la fecundidad.
Ciclo de auroras y romanzas.
Pasaje secreto entre los desiertos en la ruta de la mirra y el copal.
Negrura que empalma los siete cielos, donde el genio de bosque duerme
pinchando con donosura el alma del mítico renacer.
Para que lo guarden los hijos de altos vuelos,
los que se adornan la frente con la ceniza del arca de la alianza,
con los siete velos,
con las espinas que lloran por una página arrancada del Corán.

Encalve de distancias en el desierto de Marruecos
donde el mar encalla su peregrinar longevo
Saba reina negra de Etiopia con su corona de siete diamantes
lleva en su vientre un pedazo de historia,
una astilla del Rey Salomón.
Mueve el crisol donde se fraguan los tiempos.
Donde el mito del cielo se desmorona en la arena.
Y es, al paso de las lunas y sus tribales amoríos,
Reino del cielo negro donde solo en sueños
se logra atracar.

Las estrellas peregrinas, a la hora cero, cuando la luna se vuela a la mar,
bajan a estas rocas menesterosas.
Ofrecen buche de agua.
Para que los siete mares en su concilio puedan beber agua limpia
de manantial.
Todos los colores y sus cantos en el abismo de la resurrección.
Alumbran con aceite el paraje al cielo, al otro lado del arenal.
Juegan bajo el hechizo del tizne, a inlunarse bajo la oscuridad.
Adormilados por el presagio, por el encuentro con Sidi Maimun
que mira con un pedazo de fuego en el cielo.
Por el vértigo de saltar entre tinieblas, probando cantos
risas, aromas de inciensos para perfumar otras noches heridas
en el encanto multiplicado en el espejo de la luna.
Éxtasis de fragores, alud de escarcha con el polvo
de las más nobles de las noches, con los brebajes para colorear
las mandrágoras ante el advenimiento de la palabra.
El Camino dual en el siete.
Las fases de la luna y las hadas de los siete colores.
Los siete pecados capitales y las vueltas al templo de la Meca.
Heptaría de la semana y símbolo del cielo.
Las siete palabras en la cruz.
En el crisol donde el tiempo se evapora, donde los muertos
hablan de frente y son en lo que no sabemos que son.
Paulatinamente igual se muere, se revive, con las caricias del viento,
de las nubes que se asoman de rato en vez.
Rito del ocaso, en el devenir de un fin, que no es un fin cualquiera,
cuando amainan las tormentas,
cuando los craquebs se quiebran a las puertas del cielo,
cuando las heridas se tiñen de canela,
cuando del incensario
salgen danzando las diosas de humo que en otro tiempo fueron flor.

Búsqueda febril de puertos para atracar en el ensueño.
Para compensar tanto silencio arropado de agonía,
de egolatrías sin pres en el tiempo que indeleble se escurre
en las catacumbas celestiales.

El Gnawa ha dejado de ser hombre, vuela en un canto,
refleja en su pecho los colores que refracta su revivir.
Es uno en la negrura del síncope cuando las tinieblas cantan
por la ruta aprendida del Vudú.
El Gnawa recorre los siete días de la creación
con el desvelo de la otredad al hombro,
pulsa el ritmo del cielo con un destello que brota del ojo de Dios.
Canta a lo que bulle en el barro negro, cocimiento ofrenda al ébano azul.

Cierra un ciclo de la espiral.
La mándala se dibuja pulcra en el cadalso del horizonte.
Conversa, por fin, con el cerrajero de todas las tinieblas y celosías,
el que comparte los diezmos a las sombras, el que habla de Saba
y su reino en la Babilonia Celestial, empotrada entre nebulosas,
enseres de malaquita y un canto flumoso fatha de palabra santa,
la que se enciende sin arder.
Canto de siete colores, el que se labra con los mejores silencios
en un año de sequías, hambruna y enfermedad.

Las siete cabrillas juegan
a ser las siete pléyades en el Edén.


El color negro despinta su escarlata.
Lo convierte en el color de todas las bondades e indulgencias.
Con los acordes que siete estrellas fugaces arrancan al Gembri
haciendo vibrar todas las cosas, todos los tiempos, los ancestros
y todos los horizontes para que arda el color de los colores.


Sangría de destierros, alabanza a la levadura de trigo, a las espinas del nogal.

El Gnawa dibuja, con el dedo sobre el alba, su porvenir.
Del canto se desprenden chispas, sueños de otros edenes.
Sabe de la cuenta y los nudos de arena
que restan vivir al desatar.
Para que los arenales vuelvan a ser océanos,
en la negrura de la nada imprevisible.
Para que los cielos se caigan de las alturas.
Para que se apague la invocación.
Sabe de la noche exacta.
Cuando salir a rejuntarlos en su bolsa de cuero de camello.
Salvarlos solo por un canto,
antes de su lenta e inexorable conclusión.