Monday, November 17, 2008

Mi hermano ama la vida
la danza
la música
el árbol la poesía.
Es ritmo en el regocijo del tiempo
a pesar del estruendo de la pólvora,
la ceguera y el odio
Atrás de la humareda de la guerra
se escucha un jubiloso repiqueteo de campanas
Y lo sabes, lo sé:
Tú historia es un bordado de arco iris sobre el alma.
Tú voz trémula y relampagueante
es espejo de la poesía y tu casa
la epopeya de los ancestros.

La llamaron América; gran monumento al mestizaje.
¡Gran civilización al paso del tiempo¡
Y fue grande la herida.
Su sangre a teñido de bermellones y raspones las alboradas.
Grande de unos la opresión y de otros,
muchos más,
el olvido.
El grave olvido.


El día de la tocata el Zopy llegó con un selecto trabuco desde el otro lado de la frontera: George Lewis, profesor en la maestría de improvisación en la universidad de la Joya (USCD) y trombonista, Ulfar bajista y originario de Islandia, Erick Grinswold, pianista y percusionista, escultor de instrumentos musicales. Actualmente miembro de la sinfónica de Sydney Australia, Scout Walton bajista acústico, el Zopy en el clarinete y yo, con mi manojo de letras para entrarle duro a la tocata que ya se desplomaba del cielo.
George y el Zopy empezaron con las primeros acordes de una rolita de John Coltrane. solo el pretexto para crear un aviar donde unos pájaros invisibles empezaron a revolotear entre la audiencia que poco a poco entraba al paraíso y a un tronido de los dedos de Dios aparecía un amplio valle para corretear entre los sueños. Ulfar y Scott Watson empezaron a arremeter con sus arcos la grandilocuencia acústica de sus bajos. Un himno al magma, rumbo al encuentro de la iluminación pétrea con su lenguaje de candentes artificios. El piano indicó el momento oportuno para repetir las palabras requeridas. Las aves de fuego se escabulleron a través de las paredes para irse a perder entre las sombras pintarrajeadas de la ciudad. El ritual de la sangre se convertía en el clamor de las cañadas, el performance se dibujaba a su mismo en las paredes de las sombras, posesos ante el contacto fugaz de lo eterno. Hasta que, dos horas después, logramos salir
del éxtasis luminoso del frenesí.

No depongo mi empeño, ya en extinción, sobre la mullida hojarasca del imposible.
Sé de tus fulgores en noches de invocación a la luna.
Sé que lejos de tú ayer y que ausente
del hoy te encuentras.
Entrampado en las aspas del injusto devenir.

Mi gruñir, mi palpitar, mi zarpazo herido,
no han bastado.
Para defenderme del falsamente erigido,
enemigo común.
Vaho venenoso en el cristal del recuerdo.

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