Cuantos caminos al abuelo
Y de ahí nueva ruta,
sorteando veredas, saltando atajos.
Calendario atrás.
Y volver a ver:
Cuando la noche se vestía de plumas y pedernales,
cuando las flores, ríos y tapires
arengaban de ensueño al infinito
para beberlo en el cuenco de las manos.
Ser ambos por último
las dos caras de lo imaginario.
Así, en medio de un algo multiforme, con piel de sobresalto, fuimos los pequeños,
con la vitualla de instantes frugales en las alforjas, himnos casi en harapos,
donde las ausencias se difuminan en obsesiones. Con el cascajo de algunos brillos nocturnales llenamos el cáliz de la vida, para ofrendar al Dios de lo finito la ruta de lo infinito, para beber hasta la última gota de luz, aferrados como piratas al abordaje
de lo eterno.
Para ser
En el canto de lo insondable
un pedacito de nada,
la chispa primera de todo.
Travesía en las aguas de un galimatías existencial, aprendiendo a vivir sin mascaras ni reflejos.
En el viaje eterno de las almas y los bemoles, hasta un final arrojando luz matinal
sobre la piel de los mares.
Así hubimos de ser
Sin ser para ser
Amarrados a un suspiro que vuela en las alas del instante.
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