Gnawa de día,
traquete, traqueteando
volvía.
De ritmo
del istmo
Gnawa de blanco
con su canto invocaba.
Sidi Jilali
aparecía.
El mismo compás
aprendido
donde bulle el magma.
Donde la Diosa luz
ofrenda su fulgor
de ritmo,
al latido original
de sol.
Gnawa de vela blanca,
gallo blanco
para el decapite.
Rito de huellas reptantes,
sudores que navegan
pecho y frente.
Frenesí,
braza- canto,
donde germina
hechizo blanco
en negra lejanía.
Tambores y Guembri,
para trepar al cielo
Para robar una sombra
a Sidi que las engarza
en el cuello de una eternidad.
Gnawa de día
plegaria- danza
para que el espíritu
toque la frente.
Y salgan los demonios
que ensucian el alma
y salten al fuego
y acallen su voz.
Al fuego
cuya hoguera lame otros cielos
otras lunas, la mirada tierna de los ancestros.
Suenan las tres cuerdas
del Guembri.
Sus tripas de cabra
atadas en madera fina
y cuero de camello.
Vibran en sutil abrazo
develan el secreto
del viento, la aridez.
Membráfono del desierto
de octavas sus lamentos;
para afinar la calma
con los siete colores machos
y los dos femeninos
amarillo y rosa
rejuntando uno a uno
los espejismos del arenal.
Sidi Jilali
Aparece en el éxtasis
de los craqueb,
antiguas castañuelas
de Triana y Tarifa
bendicen la percusión
En Casa Blanca.
En el cielo.
Entre giros, espasmos y sudores
el peregrinaje de la mañana
se desnuda lento en su luz.
Sanación.
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