Me gusta más que identificación: la persecución y percusión.
Más lo formal y volátil
que lo etéreo del asunto, compás que el tiempo versa
en un Fa sostenido menor.
Por eso me gusta pintar
la onda que una roca hiere al agua que salta
al salpicar su ombligo acuoso.
Por eso me gusta musicalizar
las caprichosas caras de la ternura,
la tersa piel de la melancolía.
Me gusta que al llamado de algún dolor
sea fuego del petate y el color turquesa.
Que el ensamble de la locura
el que los instantes reclaman en recompensa,
sea ventilado en el lienzo con nota grave y pincel.
Me gusta que los duendes se escondan entre los contrastes
de los oleos y derramen aguamiel con el beso de tres amantes.
Me gusta que el color de un precario viaje náutico
endose el adeudo a las cristalinas aguas de la intuición.
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