Friday, December 5, 2008

Atardecer Barroco. Foto: Waldo Lopez

Brebaje I

Quiero ahogarme en tus besos brujos.
Cubrirme con el rocío que se desprende de tus labios,
cuando el equinoccio de las flores
escarba hondo el centro del alma.
Quiero desquebrajar un día cualquiera mi propia ruta,
para adentrarme en tus mares, para remar como esclavo,
a la proa de tus hechizos;
escuchando el canto de la muerte
antes de ser vencida por su propia muerte.
Quiero descifrar largo anecdotario de calles, avenidas,
luces y destellos,
para convencerme de que los cristales que recogía
en esos mares eran lágrimas de una virgen que no existía.

Apuré la copa del vino, con algunos refranes de amor,
con la vigilia bajo el brazo
y un salvoconducto a los vendavales que seguían mis pasos.

Quiero precisar con un beso amoratado.
y mi deseo que cabalga brioso.
(Bajo una luna que sirve de faro
a los insectos que cantan bajo la hojarasca)
Que continuo en una espera que se teje y desteje
en un pedazo del cielo.

Quiero rejuntar las hojas del limonero
pegarlas a mi pecho
y amortajen el dolor de las barandas.
Para que la vida se descuelgue generosa
del zaguán de mi azotea,
quemando un cacho del viento del norte
con fusta y bajo una estrella negra.

Quiero escribir lo que no llega todavía,
lo que se intuye como rumor de un mar embravecido,
lo que tarda en amanecer de un día domingo,
bajo las cestas de mimbre y sudores de alquitrán.
Alguna vez, confieso, he arado
por las rutas que dejaron las gotas de lluvia
en mi ventana, la que da de frente al balcón
de tu sonrisa, solo para ver lo que tus manos
movían como invisibles turbulencias y sonajas celestiales.

He rejuntado de varios diccionarios los mejores silencios,
los que rutilan las mejores sorpresas,
sonrisas de cristales y versos de Alejandría;
solo para armar un lecho de amores, donde los cielos se canten
con un infierno de dichas.

Así por la misma plazuela, bajo el reacomodo de las aves en sus nidos,
rejunto lo que resta de tu aroma en los diáfanos arrabales.
Deambulo entre peregrinos que van a ninguna parte.
Perdido entre las lisonjas y limosnas a una sombra oculta.
Qué ardides, como estandartes en el cielo
entre noches bohemias con pan de trigo?
Cuántos cielos de tu cuello cuelgan
para interpretar el mundo de las lagartos?

Vuelvo, como cada noche en un claro ensoñar
a seguir la ruta de la luna
que indiferente y con su anafre bajo sus holanes,
cuida de las brazas que saben del deshielo de mis labios.

Con un ramito de luciérnagas ilumino
mi propio capitulo sin concluir.
Lo guardo bajo la almohada para evitar extravíos,
para que ilumine mi sueño de regreso,
mi sueño araucano, el que garabatea donde los aguaceros
alimentan tu raíz más profunda,
la que enciende el medallón de Dios.

Estación Vicam. Republica Yaki

Brebaje II

Para que el rumoroso latir del mar
desnude mis palabras,
para que como gitanas descifren las nubes en el cielo,
el valor luminoso de los silencios,
y el color exacto de los escarbajos en su vuelo al sol.

Eres fantasma que sopla en las brasas
Quiero embriagarme con mi aguardiente de cerezas,
durante el ardiente regocijo de las sombras.

Cosquilleas mi lado izquierdo,
por donde me desangro de amapolas,
donde la vida se escurre en el tobogán de lo irremediable.
Detrás de todo laten tus pecados de diosa.
Llamando a los lodazales a proteger el blanco de los lirios
y darle mortaja de sombra a los que se pierden en el sueño.


III


Era un rugido de volcán a la espera.
Era un sollozo apretujado en la gloria de los hombres murciélago,
y sin embargo
nadie sabía el nombre verdadero de las guitarras
en el valle imperial del relámpago.
Acordes en blanco y negro, se escabullían, para encontrar la ruta
al vellocino que guardabas bajo tu vientre.
Las aguas del cielo ahogaban los pedestales,
que los plateros cuidaban bajo sus cinceles.
Para esculpir una sonrisa nueva en el rostro de la luna.
A la hora de cantar, a la hora que el aroma
de la hogaza recién horneada salía por la ventana,
ofrenda del trigo a la levadura de la montaña sagrada.
Para poder descascarar la luz de un nuevo día.

El venado de Real del 14. Obra Tata José

Brebaje IV

La mortaja segura, la que escapa de los vientos
y los chispazos concupiscentes,
se encuentran por el sendero de los bejucos sagrados,
con los que se construyen nuevos vendavales.,
Amores de irónica sorpresa.
Teas ardiendo de artilugios
entre los escombros de una desventura
que un día fue tributo a los huracanes.

Tengo en un puño la diamantina de tu recuerdo.
para soplarla en noche de luna hermana.
Bajo la pirotecnia de sus destellos. Soplo
y apareces justo en la mitad de mi muerte,
en medio de una batalla de espinas en el desierto.
Entonces entiendo por vez primera
en mis siete direcciones.
Lo impecable que ensombra el lado bueno del precipicio,
hasta volverse con avena y luz brebaje del cielo
(en un cocimiento con todos los tiempos)
De donde los dioses beberán sagrada pócima.
Para poder, en una ligera ensoñación,
sentirse por vez primera ,,, hombres.