Su abogada le sugirió no comentar nada. Menos escribirlo cuando el caso aún se ventilaba en el juzgado. ¿Qué tal con un seudónimo. Hubiera pensado, como efectivamente ocurrió, que ocultara eso de las identidades?! Mejor No! lo miro seria. Pasaron los días de ajetreo e incertidumbre. Diciembre trajo el embalaje en otro sino. Otro rumbo por lo pronto de nuevo al norte al punto venidero. Lo cual en términos de gane a lo perdido es algo muy similar a un rescate.
Esa mañana Arnulfo pasó la mayor parte del tiempo escribiendo. Tiempo compartido entre letras y buches de café. Tenía que tener listos los textos del Tristumbre del Ceremonial” para el recital poético del aniversario de la masacre de Acteal, en la casa de la cultura obrera de Tijuana el 22 de Diciembre. Recital en que participarían el Zopy y el Jason bajo el nombre que Modesto sin querer había bautizado: ”El Club de la Serpiente”.
Ese tres de Diciembre arribaba a Tijuana “La marcha Mundial por la paz y la no violencia” y tenía pensado asistir, a pesar de las diferencias con alguna persona del comité organizador.
Arnulfo pidió a su hijo Gabriel que lo llevara al centro. De paso haría el pago del servicio del agua.
Loky, su pastor alemán de cuatro meses de edad, quería tercamente subirse al auto. Arnulfo se instaló en el asiento del copiloto. Locky se mostraba inquieto; ladraba. Salieron de la cochera. Gabriel cerró el cancel. Regresó al auto. Metió la llave. Lo encendió. Un auto blanco pasó lento. Dio reversa. Impedía que se movieran. Súbitamente un par de sujetos salieron del auto. Empuñaban sus armas blandiéndolas para intimidar. “!Ya valieron madre cabrones!! bájense!”. Son jóvenes. No sobrepasan los 25 años. ¿Qué le respondería Arnulfo a este mozalbete? ¿Le diría acaso de la deshumanización del mundo, del camino acabándose ante la insensatez, acaso de Buda o Jesús? ¿Cuál sería la apalabra que apaciguara, un poco al menos, ese odio embarrado a su mirada? ¿Qué no ve que también son pueblo; que no somos el enemigo, que el enemigo es sistémico y global, que tienen que unirse para que termine el dominio de una cruenta lucha de clases? “! Ya valieron madres hijos de su pinche madre!”. Responde a sus preguntas que prontas se acomodaban entre los recovecos del instante. Arnulfo alcanzó a ver el brillo apagado de sus ojos; un brillo tan parecido a la nada. “! Se bajan o los mato!”. Dice al tiempo que carga su arma. En algún sitio de lo improbable una lucecita se mantenía optimista. ¿Qué tal un sueño y que las pistolas eran de chocolate? Pero al mismo tiempo descubría en carne propia las estadísticas y anecdotarios ante la noticia diaria de una insensata guerra desbaratándose en su propia crueldad. Los instantes se detenían. Iban de regreso: Loky se quiere meter al auto. Un carro blanco pasa lento, se regresa. Dos armas. “¡O los mato!”.
Arnulfo escuchó el cerrojo de la escuadra en un prolongado carraspeo. Imaginó un guiro en una rumba de terror; develando un Deja Vu inalcanzable en el tiempo. Sabía reconocer el sabor agridulce del peligro, lo inevitable. Antes de que el cerrojo culminara su reptar por el guiro cubano. Arnulfo sintió que algo se apodera de él. Como si ese algo despertara en lo más profundo de su espíritu y tomara el control de su cuerpo. Fue como si eso que despertaba le valiera madres la marcha pacifista y los ideales del maestro Eckard, la poesía sublime y espiritual de Sor Juana Inés de la Cruz, esa correspondencia metapsicopoética con Modesto Herrera.
Arnulfo vio con terror como eso dentro de él, antes de que culminara de cargar la escuadra luget marca 40, poner su mano sobre el arma. Sin saber exactamente como bajó del auto forcejeando con uno de ellos. “¿Qué haces?” se preguntaba en algún plano de su raciocinio. “! Mátalo!”. Urgía el mozalbete a su pareja. Algunos disparos. Arnulfo, bajo el dominio de su otro yo, era testigo y protagonista de una secuencia con olor a pólvora. Utilizaba a su contrincante como escudo para evitar quedar a tiro del otro pistolero. Sabía, desde su otro yo, que no había margen para el error. Qué ese escenario representaba un trágico avatar del destino. Cayeron al suelo luchando por el arma. Locky
en la cochera ladraba. El delincuente se incorporó y Arnulfo utilizó la situación para pararse inexplicablemente de un salto, quedando mejor posesionado de la pistola. La pistola apuntaba circunstancialmente a su cómplice. Aprovechando el regalo divino y sin dejar de forcejear logró meter el dedo al gatillo y accionar el arma en contra del otro asaltante. Uno, dos, tres, cuatro disparos hicieron que éste no soportara la presión. Salió corriendo rumbo a la calle Guadalajara. El olor a pólvora volvió a inundar el ambiente. Arnulfo recordó el castillo de luces pirotécnicas y el torito bajo unos rehiletes de efervescentes candelas multicolores en las fiestas septembrinas de aquel Tecate del recuerdo. Entonces su otro yo se dio cuenta del cambo de circunstancias. Sabía que ahora era sólo cuestión de tiempo. Sabía, desde su otro yo que en algún próximo instante el arma estaría en sus manos; en tanto el lado racional invocaba a los fantasmas del intento para que velaran por su seguridad. Sabía que algo lo cuidaba desde siempre, hasta el momento en que algo diferente rompiera con la regla. En su mente creyó descubrir el alo de la fugacidad. Arrancó de las manos del delincuente el arma y, ya bajo el comando de lo impostergable, disparó sobre el asaltante. Este al sentirse herido llevó sus manos a la cadera y trató en un último intento recuperar el arma. Arnulfo o su otro yo lo recibió con un cachazo en la cara. Ahora sí la situación daba la voltereta. Gabriel llamó a la policía y algunos vecinos con el estruendo de los disparos salieron a ver que ocurría. El asaltante se rehusaba a someterse; ahora imploraba en nombre de su hija pequeña, dijo preferir que lo mataran en vez de entregarse. Arnulfo hizo un disparo a los pies como advertencia “No te mato pero te dejo cojo; tú decides” y lo obliga a sentarse. Arnulfo se sentía testigo y protagonista. “Si serás guey dice la parte racional”. “Repelimos satisfactoriamente la agresión dijo su otra parte con los evidentes colores de la adrenalina en la piel de los dos Arnulfos, mirando incrédulos el arribo de varias unidades policíacas. Los vecinos se acercaron aún impactados ante el evidente performance de Arnulfo. El profe de al lado le trajo un vaso con whisky “para el susto”. Luego la cruz roja, la grúa para el remolque del auto, que resultó también robado, luego los peritos, la ministerial, el conteo de los casquillos percutidos; nueve en total, más el que no encontraron cuando disparó a sus pies, el radiosonato de sodio, el ministerio público y el repetir muchas veces a la pregunta: ¿Qué pasó?
Ahora, como el consejo de la abogada requería, Arnulfo nunca escribió sobre lo acontecido. Lo hago yo, como tercer alter ego, para evidenciar el motivo que nos hizo faltar a la “marcha mundial por la paz y la no violencia” ante la negativa del Despi; el cual dice: “¡Pacifismo mis huevos! ¿Qué no ves lo que ocurre en Irak, Afganistán y ahora en Colombia? Chale ese”. Yo nomás me quedo pensando.
PD. Este texto, además de ser algo que no debió haberse escrito, es algo para que todos sepan que no debe de hacerse un una situación similar.
PD2. Motivo por el cual Arnulfo, el Despi y Blusero llegaron a Escondido California.
PD3. Balística demostró que esas mismas armas habían estado involucradas ese mismo día en el asesinato de un abogado y en otros cuatro actos delictivos y evidentes nexos con el cartel de Tijuana.
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