Thursday, March 26, 2009

Las reflaxiones del fuego

Quiero levantarme de entre los muertos,
volátil como bruma que disfraza la luna,
en los valles de lo innombrable.
Resonando en el eco de una disonancia del arpa de Alice Coltrane.

“El dulce ensueño de una atardecida amoratada y con raspones”

Quiero llegar al atrio del fuego;
el de las aguas con sus mares bajo un indescifrable silencio:
voz de cielo.
Arroparme con las alas de la vida, por un instante,
escribir sobre el milagro que rompe sus cadenas.
Una palabra.
La que vuela por los siete cielos y rema de regreso.

Quiero que ella, en la solitud del destierro, se derrame del tintero
como un sueño que soñó ser un sueño
y dibuje lo que se esconde dentro del alma.

DOS


Es posible que todo lo dicho,
como desvelo o reparación de entuertos; todo lo que incineré para beneplácito
de un me vale madre.
Se esconda atracito de una simple palabra.
Es posible.

TRES

El Todo y la Nada
son los padres indiscutibles de los instantes.

CUATRO

El caos del cielo
es la voz de mando del universo.




CINCO

Un Fa sostenido en el piano del Jarret,
despelleja el dulce rubor de la despedida,
brinca de roca en roca, eludiendo el arrobo de unas aguas cristalinas,
compases que se arrullan en bemoles y luchas campales de mariposas.
Una fina lluvia de pequeños adagios,
golpea suave las aguas que conservan su ruta,
como un manojo de cascabeles.
Un Si menor se descuelga desde dentro de un instinto color madriguera.
Fugaz y belicoso como un simple vistazo,
a lo que mueve la vida,
como el vibrante motivo de la floresta arrancado al birimbao.

SEIS

No sabía como empezar este nuevo, acaso poema.
Las ideas huían despatarradas al ser invocadas.
Brujo caminando en círculo.
Algunos perros ladrando entre el caserío de las muchas lomas.
La espera de las palabras
se va creando con el material rugoso de las escamas.
La espera es una enredadera que se entreteje en los instantes.
Cada vez que el estambre se anuda brilla con amargura la impaciencia.

SIETE

De pronto;
un pájaro de pecho colorado llega como llegan las primeras flores de la primavera.
Empieza a silbar
¿Cómo evitarlo si a mi pecho lo atraviesan las flechas de sus notas?
Empieza a dictarme la lección.
Pudiera ser el poema mañanero, la sustancia del día.
De pronto, como si fuera poco el milagro que se derrumba,
una montaña invisible se eleva,
dándole forma a ese cielo embadurnado de nubes.
Llega, quiero creer, su compañera.
Y son dos los cantos que tejen en la claridad de este jueves, con sabor a geometría,
su filigrana de trinos.
Develando entre plumas una orillita del todo.
Entonces no quiero escribir.
Rayoneo el vientre perlatino del papel en turno.
Cuando vuelvo la mirada al cable eléctrico
ya son tres los pájaros de pechos colorados;
versión post-mañanera del cantísimo y misterioso tres.
Frente a mis ojos y mis manos,
mis directrices que, en vez de maquinaria de goznes y poleas viejas,
se mueve aceitadita entre notas olorosamente musicales.
Escucho los motivos de la vida en 3D.
Otros pájaros solo atinan a escuchar.
Brujo mueve las orejas y mira desde el suelo.
Cuando de nuevo vuelvo a cuestionarme
Si es o no el motivo de la vida, la que se me insinúa, como una bailarina de claridades, que salta entre paralelos que hermanan lo infinito a lo finito;
dibujando con los trinos sobre el viento un pentagrama de luz.
No escribo.
Dejo que el vitral de pechos rojos dibuje el significado de la mañana.
Mi gozo lo acaricia el ala de un ángel vagabundo
que también el trino del trío arroba.
No escribo.
Vuela un pájaro.
Se mete en el árbol vecino.
Sus compañeros lo siguen.
Cantan a mi espalda,
donde la luz brota entre los tambores de agua de la mañana.
Los trinos se van alejando.
Solo entonces tomo la pluma, observo a Brujo dormido,
y empiezo a garabatear éste poema.

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