Thursday, June 2, 2011
Octubre Trobador de Luna
I
En el mismo ritual de siempre, o casi siempre, donde se me da ese pedacito de cielo;
por donde veo el resto del mundo; con mi nuevo compañero, tan parecido a Brujo. Modisqueando esa otra parte juguetona de su entorno, o sea todo.
Es Octubre, cuando la luna se vuelve hechicera y entrampa todos los caminos a una misma distancia. Mes que marchita ocremente el final del calendario.
Es Octubre el Trovador del desenlace; mercurio próximo a develar la incógnita Diosa.
Varias ideas rondan la cabeza, como pájaros azules en los árboles al atardecer.
Las hojas de un verde violento, dibujan entre sus ramas y entre sus sombras: cíclopes, formulas geométricas de desconocido propósito, Aluxes, serpientes y escaleras en un juego inamovible a nuestros ojos. Escudriño los instantes desmoronarse como fina lluvia de tiempo. Empapa mi cuerpo con diáfana humedad, para que revientan en flores mis palabras (No quiero decir bellas o sutiles, autodidactas y pomposas). Palabras que como hojas, después de brillar en verdes, un extraño almidón las adormece volviéndolas odas ingravidas, posesas de ternura.
II
En este recital de instantes y vocales disconexas; con la cuerda del reloj casi desafinada de Fa a Sol mayor, la nota del canto cósmico.
Lleno de sandeces el crucigrama de azules, jijantáforas, claveles y ositos de peluche.
Garabatos que atestiguan como la línea del horizonte se afina con extraña saudade, que como ritmo sincopado, adelgaza hasta diluir todas las consonantes, para ser un solo espejismo en las olas y crestas y espumas de las olas. “Todos los mares el Mar” diría Julio, el duende que cuida el atrio del relámpago; el Julio de barba marinera y mirada de trigo tierno. El que vuelve cada medio día marcar con su saxo desafinado el preludio de la sorpresa. Mago eterno en el ilusionismo de los girasoles jugando a las escondidas con las giralunas volatizando todos los acentos que caben en la palabra”vuelve”.
De donde no regresa, o ironía, porque no ha partido. “…naranja dulce, limón perdido dame un cuento o lo adivino”.
III
Octubre, el viejo, florece ya hace 41 años; el joven da el primer paso.
IV
Los cantos benedictinos de los pájaros hilvanan con fugacidad la manta azul que nos envuelve. Una extraña y soporífera sensación de eternidad se disfraza de instante.
Se despeña del cielo hasta mi tasa de café para endulzarlo apenas ligeramente.
V
Las magulladuras de alma.
Los raspones en las rodillas.
El sangrado de mis palabras.
El juego de los cardenales.
Son el vía crucis de un sólo verso.
VI
En el mismo ritual; vetusto Deja Vu en el buche de café, en el bordoneo de las moscas acechantes, en el rugido salvaje del silencio, llamando a todas las flores al concilio del perfume. Aquí, en el conjuro de los vértices y el zodiaco. En la danza de las amatistas congregadas en la fisura madre, trato de dilucidar los destellos saltarines en las hojas.
Diamantina sinfónica envuelta en papel estraza. Argamasa de instantes para hornearlos a fuego lento y convertirlos en palabras; palabras frágiles, errantes vendavales que guían la dialéctica que mira con disimulo al mundo. Ritual que vibra al rasgueo gitano de la única cuerda del mundo: la cuerda del ecuador. Rito que engarza los contrastes a los bemoles y las ausencias.
En el mismo ritual, como el centeno de la profecía, vuelvo a dibujar meticulosa y pacientemente un punto y aparte
tan parecido al rostro de la muerte.
En el mismo ritual de siempre, o casi siempre, donde se me da ese pedacito de cielo;
por donde veo el resto del mundo; con mi nuevo compañero, tan parecido a Brujo. Modisqueando esa otra parte juguetona de su entorno, o sea todo.
Es Octubre, cuando la luna se vuelve hechicera y entrampa todos los caminos a una misma distancia. Mes que marchita ocremente el final del calendario.
Es Octubre el Trovador del desenlace; mercurio próximo a develar la incógnita Diosa.
Varias ideas rondan la cabeza, como pájaros azules en los árboles al atardecer.
Las hojas de un verde violento, dibujan entre sus ramas y entre sus sombras: cíclopes, formulas geométricas de desconocido propósito, Aluxes, serpientes y escaleras en un juego inamovible a nuestros ojos. Escudriño los instantes desmoronarse como fina lluvia de tiempo. Empapa mi cuerpo con diáfana humedad, para que revientan en flores mis palabras (No quiero decir bellas o sutiles, autodidactas y pomposas). Palabras que como hojas, después de brillar en verdes, un extraño almidón las adormece volviéndolas odas ingravidas, posesas de ternura.
II
En este recital de instantes y vocales disconexas; con la cuerda del reloj casi desafinada de Fa a Sol mayor, la nota del canto cósmico.
Lleno de sandeces el crucigrama de azules, jijantáforas, claveles y ositos de peluche.
Garabatos que atestiguan como la línea del horizonte se afina con extraña saudade, que como ritmo sincopado, adelgaza hasta diluir todas las consonantes, para ser un solo espejismo en las olas y crestas y espumas de las olas. “Todos los mares el Mar” diría Julio, el duende que cuida el atrio del relámpago; el Julio de barba marinera y mirada de trigo tierno. El que vuelve cada medio día marcar con su saxo desafinado el preludio de la sorpresa. Mago eterno en el ilusionismo de los girasoles jugando a las escondidas con las giralunas volatizando todos los acentos que caben en la palabra”vuelve”.
De donde no regresa, o ironía, porque no ha partido. “…naranja dulce, limón perdido dame un cuento o lo adivino”.
III
Octubre, el viejo, florece ya hace 41 años; el joven da el primer paso.
IV
Los cantos benedictinos de los pájaros hilvanan con fugacidad la manta azul que nos envuelve. Una extraña y soporífera sensación de eternidad se disfraza de instante.
Se despeña del cielo hasta mi tasa de café para endulzarlo apenas ligeramente.
V
Las magulladuras de alma.
Los raspones en las rodillas.
El sangrado de mis palabras.
El juego de los cardenales.
Son el vía crucis de un sólo verso.
VI
En el mismo ritual; vetusto Deja Vu en el buche de café, en el bordoneo de las moscas acechantes, en el rugido salvaje del silencio, llamando a todas las flores al concilio del perfume. Aquí, en el conjuro de los vértices y el zodiaco. En la danza de las amatistas congregadas en la fisura madre, trato de dilucidar los destellos saltarines en las hojas.
Diamantina sinfónica envuelta en papel estraza. Argamasa de instantes para hornearlos a fuego lento y convertirlos en palabras; palabras frágiles, errantes vendavales que guían la dialéctica que mira con disimulo al mundo. Ritual que vibra al rasgueo gitano de la única cuerda del mundo: la cuerda del ecuador. Rito que engarza los contrastes a los bemoles y las ausencias.
En el mismo ritual, como el centeno de la profecía, vuelvo a dibujar meticulosa y pacientemente un punto y aparte
tan parecido al rostro de la muerte.